EL CANTO DE LUIS PARDO


1
Ven acá mi compañera;
ven tú, mi dulce andarita,
tú sola, sola, solita,
que me traes la quimera
de aquella mi edad primera,
que en el campo deslizada,
junto a mi madre amada
y de mi padre querido,
era semejante al nido
que hace el ave en la enramada.

2
Ven, consuela al solitario
que por jalcas y oconales,
sin hallar fin a sus males,
va arrastrando su calvario.
Fue el destino temerario
al empujarme inclemente,
como por rauda pendiente,
desde lo alto del peñón
se desgaja algún pedrón
que rueda y cae inconsciente.

3
A mi padre lo mataron,
mi madre murió de pena;
ella, tan buena, ¡tan buena!
¡Ellos que tanto me amaron!
Con ambos me arrebataron
lo más que en el mundo quise.
Pero aún la suerte me dice:
"Ama, adora a una mujer",
que hube también de perder...
pues nací para infelice.

4
De entonces, ¿qué hube de hacer?
Odiar a los que me odiaron;
matar a los que mataron
lo que era el ser de mi ser;
en torno mío no ver
sino la maldad humana;
esa maldad cruel, insana,
que con el débil se estrella,
que al desvalido atropella
y de su crimen se ufana.

5
Por eso yo quiero al niño;
por eso yo amo al anciano;
y al pobre indio, que es mi hermano,
le doy todo mi cariño.
No tengo el alma de armiño
cuando sé que se le explota;
toda mi cólera brota
para su opresor, me indigna
como la araña maligna
que sé aplastar con mi bota.

6
Yo aborrezco la injusticia;
yo quiero al que es desgraciado,
al que vive abandonado
sólo por torpe malicia;
yo maldigo la estulticia
de tanta gente menguada,
porque al fin de la jornada,
puesto que la vida es corta,
la vida a mí qué me importa
porque ¿qué es la vida? ¡Nada!

7
De mi provincia las peñas
y el viento de mis quebradas,
me delatan las pisadas
del que me busca en las breñas;
hasta las ramas son señas
que de la suerte merezco;
ni me asusta ni padezco
si alguien me mira altanero;
yo soy como el aguacero,
que al soplo del viento crezco.

8
Brama, brama, tempestad;
ruge, trueno, en el espacio,
¡Bendito sea el palacio
de la augusta Libertad!
Cielo, con tu inmensidad
vas mis pasos amparando.
El rayo me va alumbrando
si viene la noche oscura,
en medio de su negrura
para seguir caminando...

9
Llega la noche. En el cielo
salta la luna serena;
dentro del pecho mi pena
parece hallar un consuelo;
sobre el campo, blanco velo
se extiende, y como visión,
detrás de cada peñón
parece ver a mi amada,
que viene como escapada
a buscar mi corazón.

10
Cae la noche, en el cielo
surge la argentada luna,
triste como mi fortuna,
sola cual mi desconsuelo.
A su luz beso el pañuelo
que me dio a la despedida,
que en su llanto humedecida
besó ella con pasión loca
y que guarda de su boca
la huella siempre querida.

11
Y me persiguen, ¡traidores!
siempre fueron sin entrañas,
les espantan mis hazañas
que no son sino rencores.
¿Dónde están mis defensores?
Para mí, nadie es clemente;
nadie piensa, nadie siente,
¿Quieren matarme?, ¡en buena hora!
Que me maten si es la hora,
¡pero mátenme de frente!

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El 23 de septiembre de 1909 se publicó por primera vez, en el semanario "Integridad", que dirigió Abelardo Gamarra "El Tunante", un envío anónimo que recibió dicho semanario. Se trataba de un poema que constaba de once décimas, "El Canto de Luís Pardo".

Se ha contado también de que el papel que contenía "El Canto de Luís Pardo" fue encontrado en el banco de una plazuela por un desconocido y que éste le fue entregado a Gamarra.

Hay mucha controversia con respecto al origen del papel conteniendo las once décimas, como lo hay con la vida misma de Luís Pardo.

Otro rumor que también circuló por las calles de Lima es de que la letra de "El Canto de Luís Pardo" fue escrita por el poeta Leonidas Yerovi. Pero, de haber sido él quien escribió dichas décimas, las hubiese publicado en la revista semanal "Actualidades", donde él escribía. Dicha revista quedaba en la Calle de Matajudíos, actual primera cuadra del Jr. Ocoña. El hecho es que no hay pruebas contundentes sobre quien fue el verdadero autor de dichas décimas, por lo que se considera de autor anónimo, aunque algunos se lo atribuyen a Abelardo Gamarra.